Cafés buenos vs cafés malos

Siempre es más fácil identificar algo exageradamente «malo» que algo exageradamente «bueno».

Vayamos por un momento al mundo del vino, donde en general hay un mayor recorrido crítico como consumidores que en el mundo del café.   Imaginemos que nos dan un vino picado, que nos sirven un vino que lleva una semana abierto, que nuestra copa de vino blanco a nos la den a 20 grados o que el vino nos lo mezclen con agua.   Sería claramente algo que no tiene calidad, que está en el límite inferior y probablemente debajo de nuestra vara de aceptación.   

Sin embargo con el café hay mucha más tolerancia.  Puede ser que luego de muchos años de recibir cafés de escasa calidad inclusive busquemos características que en unos años serán tan sancionables como los ejemplos del vino del párrafo anterior.  

De a poco vamos entendiendo que no debemos recibir cafés que provengan de  torrefacto (tostado con azúcar para disimular la escasa calidad de la materia prima), que si nos dan el café a 95 grados (o con leche super caliente) es como tomar un vino a 25, que si el grano molido se acumula en el molinillo sin ser usado el grano pierde calidad, que no es lo mismo hacer el café con un agua sin filtrar que una filtrada; y así muchas más prácticas que afectan a la calidad del café.  

Observemos estas cosas, preguntemos, y de a poco descubriremos que hay una forma de beber café más sana, más agradable, donde de a poco podemos dejar de ponerle azúcar (o reducir su cantidad), también distinguiremos en una misma taza el abanico de sabores (ácido, dulce y amargo) y disfrutar de todos ellos.

Sí que hay cafés buenos y malos, y no necesariamente el precio es el factor diferenciador, sino lo que veamos las prácticas que utiliza el barista.  Recordemos que el vino y el café son productos de la naturaleza a los que se le aplican procesos biológicos/químicos, pero a diferencia del vino, el café se termina de preparar en la taza delante nuestro, y eso es parte del encanto (y del riesgo) que tiene.